viernes, 26 de octubre de 2018


Carta abierta a Rodolfo Walsh #2

Calma y confianza. Calma y confianza. Calma y confianza. Calma y confianza. Repítalo hasta el satori.

Todo se parece demasiado a Arlt. Todo se parece demasiado a Walsh. Todo se parece demasiado a una novela policial barata, papel arrugado y lectura de autobús. Todo se parece demasiado a todo. Vale Rodolfo, veo tus Cuaranta y siete más. 

La marcha de los pueblos y la revolución, Rodolfo, parece haberse congelado en algún punto de aquella sonrisa a medio desencanto. La literatura murió, la filosofía murió, la inocencia murió, y esta blanda fierecilla descastada se distrae con juegos de mesa en su monumental imbecilidad. No nos falta razón, Rodolfo, ni puntería, ni fuerza, ni gafas de pasta, ni medios, ni nada, pero nos quedamos solos colega, solos en una casa demasiado grande y demasiado vieja y demasiado encantada y llena de polvo y limaduras de plomo y orificios de salida y proyectiles alojados y demasiados informes y demasiados desencantos y sótanos y voluntad de amnesia. Nos quedamos solos y lanzamos mensajes cifrados en claves aleatorias sin poder, ni siquiera nosotros mismos, dar razón del contenido. Somos enigmas Rodolfo, somos galeradas, pruebas de imprenta, subproductos, detritus, excedentes, males menores en el mejor de los casos, unos cobardes de los de siempre buscando unos héroes que nos eximan de intentarlo porque claro, cómo nosotros, porque claro son otra pasta, porque claro, claro, claro... 

Y por ejemplo: Uno de los prisioneros ha pedido permiso para ir al baño: en el trayecto, el vigilante que lo acompaña lo entera de lo que está pasando.

En el circo vos ya sos una estrella Rodolfo, y la gente que sale de la Iglesia los domingos, ansiosa de otras cosas, es verdaderamente torpe y afuera, en el sol invernal les espera nada más que la agonía de una muerte al aire libre. Entre las casas, entre los arbustos, entre los cadáveres que se preparan para la próxima revolución, la clase obrera se vuelve a ignorar y decide llorarse a solas. Las puertas se cierran y el espacio de atmosfera que corresponde a la agonía se vuelve espeso por momentos en las calles de cualquier país. Porque veo tus Cuaranta y los triplico Rodolfo. Veo tus treinta mil y los triplico, Rodolfo. Veo tus madres y las triplico Rodolfo.

Y por ejemplo: La separación estaba sobre la mesa, entre la taza de café y el vaso de limonada. Fuiste tú quien la puso ahí.

La separación Rodolfo, entre cafés y limonadas. Pongamos que hablo del desierto. Pongamos que hablo de… uh… los negros.

Porque Rodolfo, todo se parece demasiado a los gorilas de Roberto, los Siete Locos y todo eso. Personajes salidos de lo peor de la nada y moviéndose en pos de algún ideal inverosímil, en apariencia bajo la batuta de un astrólogo y en realidad moviéndose sólo en el filo de un instrumento de algo mayor y más siniestro que la suma de todos ellos. Una imbecilidad más inmensa que la suma de su imbecilidad, una desolación más inmensa que la suma de su desolación. Como cuerpos celestes alrededor de la Estrella de la Muerte, como un desfile de lo negro, como el anticuerpo de la felicidad. Como una máscara, como una inmensa máscara que nos encierre a todos para jamás volver de un mundo macho, santo y feroz como es debido. Como una máscara, porque nada tranquiliza tanto como una máscara.

Y por ejemplo: Bajaba del ascensor en Bahía un gupo de hombres grises pertenecientes a otra raza y de nacionalidad, en cualquier caso, norteamericana, que iban, inexpresivos, a destruir las iglesias portuguesas; por lo demás, el Brasil está lleno de soldados nuevos, pelados como nazis por encima de sus orejas amarillentas.
Y todo se acumula Rodolfo. La otra noche justo comentaba con mi amigo la sensación de desamparo en la enfermería de Sachsnenhausen. Y recordé la todesmarch. Y recordé cómo pensamos en aquello tan liviano como apenas el eco del holocausto y nos miramos y reconocimos en el otro una desgracia común, una desolación común, y entonces dijo o entonces dije o entonces pensamos los dos o entonces alguien desde lejos repitió muy quedo, como un narrador omnisciente que, durante todo este tiempo siempre estuvimos en el lado de los muertos.

Y me gustaría hablarte de libros, hablar de tus libros, de tus novelas policiacas para pobres, del arte y la revolución y del arte sobre la revolución y del arte como revolución y sin embargo me repito que para algunos no hay frontera y lo imaginable es ya materia y sólo la dirección de tu conciencia y así, entonces, no hay academias, no hay escuelas, el medio es el mensaje y es la acción y todo es uno y eso tan sólo porque tú eres de Choele-Choel, y eso lo explica todo. Eso y tus gafas de pasta y tu necesidad tan apremiante por olvidarte de todo, resolver unos asuntos, quedarte tranquilo, volver al ajedrez.

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