De palabra en palabra la memoria avanza. No tienen los vivos el privilegio de callar sin hambre.
Un hombre corriente se fingirá chiquito, rácano, traslúcido, buscando una existencia de perfil. Pero la marea le alcanza y ya no hay caso. Pronto los cadáveres bostezan. Los muertos se ríen de las balas.
Por eso volvemos a Rodolfo, a Tilo, a Eduardo.
Porque la vida es un libro abierto, al que le faltan atroces y bellas cosas.
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