Era el silencio, crecía, temblaba, ardía, se agitaba, brotaba en angustia de los intersticios de la roca, era un incendio adentro, una explosión adentro, una cárcel, un desierto, un mar, un sol adentro, una palabra inevitable, una sucesión de visiones infinita, un rotor desengranado, el final que era el principio, el adiós que devoraba a sus hijos, el insecto, el pantano y el volcán. Era sangre a voz en grito. Astillas. Vertederos. Asteroides. Era la ausencia de recursos. El sí mismo arrinconado. La intranscendencia del espíritu. De allí la fuerza. De allí la calma. De allí la nada autárquica.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario