martes, 22 de marzo de 2022

El Sumo Hacedor, perdido en la maraña de subtramas, abrumado por la proliferación de personajes, capas, subcapas e infracapas, preso de la melancolía fósil del burócrata, publicaba en redes revelaciones sutiles, frases arcanas, con la esperanza -o sin ella- de poner en marcha el dominó que culminara su obra; algo que una pléyade de fans (dividida por los siglos, los egos y las disputas) en infinidad de cultos y culturas (Babel de genio desperdiciado, solemnidad cataclísmica, autoengaños más allá de todo límite, fines justificando los medios, cárceles mentales, físicas y espirituales, sádicos, ingenuos, despistados y caraduras) llevaba eones reclamando de las más diversas formas: oración, sacrificios, gimnasias matinales, dietas absurdas, látigos, cilicios, prédicas y parafilias... Pero todo quedaba en nada. Mañanas perdidas, facturas y aburrimiento.

El impulso se perdió el séptimo día. Puesto en marcha el diorama del mundo azul y tierra no se le ocurrió qué más hacer. Los paisajes, meteoros, seres, infraseres, prodigios y cataclismos, habían plasmado con fidelizad y sutileza el mundo interior de sus pasiones y sus miedos. También de sus limitaciones. Se entretuvo conversando con alguna de sus criaturas más curiosas por un tiempo, pero claro, reflejo de su propio ser, le acabaron pareciendo simples, grises y patéticas, indignas de más atención y demasiado reticentes a mantener la disciplina. Cuando la cosa se torció del todo abandonó el manuscrito a su suerte. Por un tiempo se entretuvo en sus quehaceres celestiales. Esbozó otros mil proyectos, experimentó con las tramas subatómicas otras tantas creaciones. De su febril e insatisfecha curiosidad fueron creados infinitos universos, con sus milagros y sus taras. Y en cada uno su pecado original: el pavor a lo acabado, la indefinición, la procrastinación y la melancolía fósil que acaba por teñir con una pátina solemne hasta el rincón más sutil de la existencia.

Dejada de la mano del Creador, la historia avanza a golpes, se atasca, se revuelve, se cuaja y se diluye en remolinos; desnuda de propósito, de unidad, es un caballo muerto, un pez dormido en la corriente, una mañana de domingo con aliento feroz y párpados hinchados, es un sindiós, una bola de nieve remontando la ladera, es esa pieza que al caer no tumba la siguiente sino que aplasta a la caída justo antes. Son palabras echadas a rodar, con un fin bien definido (el fuego, los dragones, Hiroshima, Chernobyl, los ejércitos de Gog y de Magog, el fundido en negro, la sala vacía y las palomitas en el suelo, la bendición del público que esperó en la oscura eternidad de las lucecitas en pantalla), pero sin la menor idea de cómo rellenar las elipses narrativas.


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