sábado, 15 de junio de 2013

Despiertas y todos están muertos.  Te sirves el desayuno, te vistes, te diriges al trabajo.  Ocho horas en la mesa de tu despacho.  Sin teléfono.  Sin interrupciones. En el bar esperas en vano a que te sirvan el café, te impacientas, pero no insistes.  Jugueteas con las llaves de tu coche mientras caminas hacia el aparcamiento.  Vuelta a casa.  Todos los días igual.  No vas a echarles de menos.  La pantalla permanece, la carne es prescindible.

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