Una luciérnaga en el vientre del olivo. Un iris verde que parpadea imperceptible. Árboles que miran, cuya corteza fluye como el basalto, hecha de tiempo y serpientes y temblor y reflejos lunares; serpientes en espiral alrededor del axis mundi, animadas por el magma que fluye, se derrama, cuaja en cepas sólidas hundidas en la noche, buscando lluvia en el secreto mineral de los subsuelos. Una luciérnaga en el vientre, el lugar donde la herida, pequeña como un párpado, devolviéndome el asombro, la mirada, la cálida humedad del primer creciente del verano, años antes del conflicto, de todos los conflictos. La primera vez que vi un fantasma, el tiempo bullía en su interior.
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