La ventana es cuadrada,

pero el recuerdo es redondo

Y en los ángulos vacíos pasan cosas terribles

(Yehuda Amijai)

Silueta rosa chicle dobla la esquina, sostiene una correa, como un globo atado a un perro. El observador emprende la senda del arquetipo, así es como todo cobró sentido, así es como todo quedó preso.

El Sumo Hacedor, perdido en la maraña de subtramas, abrumado por la proliferación de personajes, capas, subcapas e infracapas, preso de la melancolía fósil del burócrata, publicaba en redes revelaciones sutiles, frases arcanas, con la esperanza -o sin ella- de poner en marcha el dominó que culminara su obra; algo que una pléyade de fans (dividida por los siglos, los egos y las disputas) en infinidad de cultos y culturas (Babel de genio desperdiciado, solemnidad cataclísmica, autoengaños más allá de todo límite, fines justificando los medios, cárceles mentales, físicas y espirituales, sádicos, ingenuos, despistados y caraduras) llevaba eones reclamando de las más diversas formas: oración, sacrificios, gimnasias matinales, dietas absurdas, látigos, cilicios, prédicas y parafilias... Pero todo quedaba en nada. Mañanas perdidas, facturas y aburrimiento.

El impulso se perdió el séptimo día. Puesto en marcha el diorama del mundo azul y tierra no se le ocurrió qué más hacer. Los paisajes, meteoros, seres, infraseres, prodigios y cataclismos, habían plasmado con fidelizad y sutileza el mundo interior de sus pasiones y sus miedos. También de sus limitaciones. Se entretuvo conversando con alguna de sus criaturas más curiosas por un tiempo, pero claro, reflejo de su propio ser, le acabaron pareciendo simples, grises y patéticas, indignas de más atención y demasiado reticentes a mantener la disciplina. Cuando la cosa se torció del todo abandonó el manuscrito a su suerte. Por un tiempo se entretuvo en sus quehaceres celestiales. Esbozó otros mil proyectos, experimentó con las tramas subatómicas otras tantas creaciones. De su febril e insatisfecha curiosidad fueron creados infinitos universos, con sus milagros y sus taras. Y en cada uno su pecado original: el pavor a lo acabado, la indefinición, la procrastinación y la melancolía fósil que acaba por teñir con una pátina solemne hasta el rincón más sutil de la existencia.

Dejada de la mano del Creador, la historia avanza a golpes, se atasca, se revuelve, se cuaja y se diluye en remolinos; desnuda de propósito, de unidad, es un caballo muerto, un pez dormido en la corriente, una mañana de domingo con aliento feroz y párpados hinchados, es un sindiós, una bola de nieve remontando la ladera, es esa pieza que al caer no tumba la siguiente sino que aplasta a la caída justo antes. Son palabras echadas a rodar, con un fin bien definido (el fuego, los dragones, Hiroshima, Chernobyl, los ejércitos de Gog y de Magog, el fundido en negro, la sala vacía y las palomitas en el suelo, la bendición del público que esperó en la oscura eternidad de las lucecitas en pantalla), pero sin la menor idea de cómo rellenar las elipses narrativas.

sombra que decae 

rabia desdentada

apágate como la noche

en el corazón

del ahogado

ahora no ya

avanzar con la tortuga

hacia el fuego primigenio 

Cambia las contraseñas, abraza tu yo lírico, canta con las excavadoras, baila sobre los muros de cristal, inventa ensalmos, distribuye la riqueza, carga con tus cruces y consume con respeto, cambia tu yo lírico, abraza las contraseñas, aboga por lo críptico, desnuda los significados, desnuda las palabras, desnudo como las piedras, desnudo como el alma del desván y las montañas.

Arrojan cárceles de luz sobre la ciudad de los fungibles. Extraños que comparten fuegos y extinciones. Una película de luz sobre el olvido. Muerte acristalada. Derroche luminoso en el vacío.

Cataclismo de cristales y cocaína, no la altura, no la súbita materialización del suelo y la verdad de huesos rotos. No la muerte. La caída. La infinita sucesión de vértigos. Una cinco siete octavas, corcheas, semicorcheas, metralletas y bemoles. Odios almibarados y cirugía en minifalda. El arcángel taconea en el desierto. Demasiada luz, demasiados huesos, demasiadas probabilidades. Cuando todo falle. Cuando todo sueño. Cuando todo estalle en polvo blanco y el silencio más profundo que el infierno.

Cuando la sed el musgo, cuando el hambre el musgo, cuando arropar la tierra oscura, cuando el temblor reconfortado, cuando el abrazo al norte, ojos cerrados, transitar la noche.

Transitar la expresión más tenue de existencia, incomparable a la del pájaro, la noche, el cielo, la montaña o la tristeza. Temblores discontínuos, cárcel proyectada a contraluz, murciélago voraz, frío, niebla, temporalidad. Existir apenas en la imposibilidad de las certezas.

Desde la existencia apenas, desde la puerta mirando afuera, desde la última página, desde el fuego, desde la tierra oscura, desde el yo de abajo, desde el no, desde el nunca, desde la noche ansiada, desde el filo del volcán, desde la tierra ausente, desde el hueco, desde la ceniza, desde la orilla, desde los puños apretados, desde, desde, desde, pero no hacia.