lunes, 3 de julio de 2023

Abajo la corriente, la vibración, el zumbido, la vida mineral, la gruta preñada de oscuridad y arañas y corrientes de agua fresca y escaleras sumergidas y un silencio que habla, que trepa, que empapa las raíces de los árboles, los cimientos de la casa. Silencio lleno de significados, ecos, reverberaciones, réplicas, reinterpretaciones, resurrecciones. Absoluto y telarañas, intersección de carne y sueño, del espacio azul, del despertar, la duermevela, del asombro, del temblor. Mudo devenir de la existencia, infancia de las grutas, murmullo que asciende. Muros de piedra que alumbra historias.

Árboles frondosos, ramas como plegarias, como brazos suplicantes, como señales de náufrago. Ramas, verdes muros que ocultan y señalan, que acarician, golpean, protegen, arañan los muros encalados de la casa. Vidas lanzadas contra el cielo, vidas que penetran en el barro, figuras recortadas contra el cielo de la tarde, apenas sombras proyectadas desde abajo, la verdadera sombra, la nunca alumbrada, la del reino del topo y la lombriz, los murciélagos, los muertos, los pozos ciegos de la infancia.

La casa y el árbol son uno. Las raíces que se extienden hacia el subsuelo, la oscuridad de las cavidades freáticas, de la corriente que se precipita desde antiguo. Las raíces, las ramas. Viven todos o todos mueren y en el paisaje son uno, y en las historias son uno; hundidos en la misma tierra beben del mismo pozo, la misma oscuridad consciente, la misma respiración, en el espacio de los seres de abajo. Viven ajenos a la naturaleza de los seres que los habitan, que los transitan, que se cobijan por un tiempo (horas, días, décadas) y vuelan o huyen o se mueren y se van. Los seres que respiran su estar, su permanecer, su quedarse ajeno porque son seres en fuga y su naturaleza es huir, huir, huir es el destino de los hombres y las bestias, de los animales pequeños, de las estructuras de carne y hueso y soledad, pero no el de la casa, no el de los árboles. Ellos esperan. Resisten. Existen. Su naturaleza es permanente, se manifiesta en sombras y cicatrices y aullar del viento y leves crujidos como semillas que arraigan, que los fugitivos sienten de madrugada como un trueno, un estallido, un cañonazo, como el rugido de un ser misterioso y atemporal, ajeno, que te llena de miedo pero no de amenaza. Su naturaleza es resistir, existir, devolver las piedras una a una, en perezoso derrumbe, devenir en túmulo de sí misma, rodeado de árboles sin cambiar su esencia.

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