miércoles, 23 de agosto de 2023

Aquí, todo fue aquí, después de tantos, después de todo, fue aquí. Creí llegar. Aquí el principio. Sueños del fuego y del monzón. Una casa, un refugio, una ciudad donde arraigar y ser y florecer. Un edificio junto al mar y lluvia adentro, lluvia fértil y sombra fértil y caricia del musgo y los helechos y reír de madrugada con los pies en la corriente. Reír por avenidas. Todo aquí. Pero no ahora.

Ahora solo temblor de tinta azul en los diarios, pies clavados en la acera, los ojos negros, vertederos, juez y parte, primera última vez. Ahora escaleras incompletas que terminan y comienzan en el aire, o en una puerta que no cierra, o que no abre, o que no va a ninguna parte. La pared desnuda, los restos de papel, cuadros, azulejos y calendarios y rincones abiertos como libros, intimidades desgarradas, abiertas en canal, geometrías en el aire, sólido entonces y ahora nada, intimidades derramadas en las ruinas de un solar. Vibrantes, perdidas, irreparables. Así adentro como afuera cicatriz de excavadoras, edificios condenados, urbanismo emocional. Espacios con improntas condenadas a desaparecer, una vaga nostalgia, un incendio imperceptible como el eco de la sombra del dibujo de un volcán. ¿Cuanto tardas en enamorarte? ¿Cuanto en arder?

Dibujo con la mano sigilos en el aire, puerta, ventana, balcón, fachada, un toldo verde, sábanas que se secan al sol. Geometría evanescente con la yema de los dedos, puertas, muebles, sonidos, ese olor, la espalda ajena de Christophe. Cerrar los ojos e inspirar, tensión adentro, torrente de aire contra el nudo en los pulmones, contar cinco, derramar, derramar, derramar, derramar el aire y todo cuanto pueda arrastrar. Así. Así otra vez. Así como entonces. Vaciar pulmones, desgarrar, derramar, geometrías del recuerdo en un solar. Vaciarse de ventanas y paredes y miradas y espaldas y desiertos y del sol y de la hiedra trepadora, la hiedra que se agarra adentro, con raíces en el vértigo, con raíces en lo oscuro, la hiedra adentro, arráncala, arráncala con aire, ojos abiertos, arrástrala, cerrar los ojos, inspirar, tensión adentro, torrente de aire contra hiedra en los pulmones, contar cinco, derramar, derramar, derramar. La hiedra, el aire, la pared, la oscuridad, la espalda ajena de Christophe.

Demasiado sol aquí. Sol y malas hierbas. Gatos furtivos. Hiedra y vértigo. Hace mucho que no llueve, no llueve ni en sueños, todo es sol y salitre y espuma y paredes abiertas a la vista de todos, paredes que esperan el juicio o la demolición mientras la intimidad se evapora entre la indiferencia de todos, y las paredes y el cielo y la piel y los sueños se cubren de sal y espejos rotos y relámpagos de ayer entre maleza.Al despertar me cuento los dedos, así como ahora, uno, dos, cinco, diez, y todo se apacigua, es un acto sencillo, una rutina, para sentir las raíces aquí, tomar conciencia, salir del sueño por mi propio pie, dejarlo atrás, allí, adentro. 

Sueño demasiado. Sueño con vacíos y sol y la piel seca y voces que parecen amables pero no. Sueños jodidos, siempre a la intemperie, abierta como una piel para curtir, y todos me hablan pero nunca veo quien. Solo de espaldas. Solo de soslayo. Solo los siento. Sus miradas que me arden como el sol en la piel seca y curtida y en la boca seca y quiero hablarles y no puedo responder. Entonces callan y se van. Y solo queda el sol. La sed. Apenas el temblor. Es jodido ese temblor. Por eso me cuento los dedos al despertar, uno, dos, diez. Ellos se van, escaleras arriba, por ese tramo indultado por capricho, por casualidad, por azar, en el caos de la demolición. Se van, los oigo irse, sigo contando, cinco, siete, diez, se van del todo, pero no, porque las escaleras acaban en ninguna parte y sé que esperan, ocho, nueve, diez, diez todo el tiempo en la yema de mis dedos, sueños sin árboles, sueños sin paz, escaleras incompletas, voces amables pero no, cinco, siete, nueve, diez.

Soy como la hiedra en la pared. Tomaré el tren para marcharme pero soy como la hiedra en la pared. Me voy de aquí pero soy como la hiedra en la pared. Una pared de vértigo, echando raíces en el vértigo, y el vértigo camina en mí, tatuada por dentro, hecha de sol y de miedo, derribo y sequía, de paredes desnudas, escaleras suspendidas, tormentas en ninguna parte, espaldas ajenas y voces que no dejo marchar. Y después de los sueños amnesia. Volcán y azufre. Dentro, fuera, alrededor, geometrías del recuerdo: rincones, esquinas, caricias, astillas, voces como esquirlas, formas traslúcidas, escenas mutiladas en espacios que solo entonces, presentes aquí, pero no ahora. Una última mirada, un tatuaje en la mirada, conocimiento, desarraigo, movimiento, aceptación, emprender el viaje por la única avenida, paso ligero a la estación. 

Hace demasiado sol. Tengo la piel seca y oscura Hiedra adentro, helechos en los pies, nostalgia de tormentas, de bosques liminales. Soy tiempo robado y resurrecciones, espalda ajena a todo cuanto se agita, tiembla, se mezcla y desmorona, a la sucesión de amaneceres y crepúsculos y de incendios desaforados. El tren, el sol, el hiriente azul, las avenidas, la hiedra en la pared, un túnel que atravesar, un rito de paso, una pequeña muerte junto al mar.

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